
Muros
En los años 90, asistía regularmente a reuniones de oración donde intercedíamos por nuestra nación. En cada encuentro, el líder leía el versículo familiar de 2 Crónicas 7:14 (RVR1960):
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”
Usábamos este pasaje como nuestro modelo de oración, humillándonos y buscando el rostro de Dios. Sin embargo, durante una reunión, recuerdo haber preguntado a Dios: “Estamos siguiendo los pasos de esta escritura… ¿qué nos falta?” Sentí que Dios me susurró: “No están abrazando el ministerio de la reconciliación.”
Años más tarde, en 2006, mientras estaba en China para llevar a casa a nuestra hija, sentí que Dios volvió a hablar: “Antes de que caigan los muros en tus ciudades, deben caer primero dentro de la Iglesia.” Con el tiempo, esta verdad se ha vuelto más clara para mí. Es al abrazar el ministerio de la reconciliación que estos muros internos—división, orgullo, falta de perdón—pueden comenzar a derrumbarse.
I) Deja que los muros caigan primero dentro de la Iglesia
Antes de que los muros caigan en el mundo perdido, deben caer dentro de la Iglesia. Muros de división social y cultural: minorías sintiéndose inadecuadas, como si nunca fueran suficientes; blancos cargando con vergüenza y culpa.
Muros de desigualdad económica: entre ricos, clase media y pobres. Pero la verdad permanece: todos somos iguales ante la cruz, y somos mucho más semejantes que diferentes. Debemos enfatizar lo que nos une.
No necesitamos más programas—necesitamos más Luz. Dios quiere brillar Su luz en nosotros, pero nuestros muros, nuestro encierro, a menudo lo bloquean.
Como los hijos de Israel anhelando Egipto, a veces ansiamos sistemas y leyes que sólo regulan el comportamiento, en lugar de transformar corazones. En cambio, estamos llamados a enfocarnos en lo que Dios está haciendo en medio nuestro—no en lo que creemos que nos falta. Estamos llamados a la satisfacción.
II) El Ministerio de la Reconciliación
¿Cómo caen los muros dentro de la Iglesia? Al abrazar el Ministerio de la Reconciliación. Este ministerio se encuentra en 2 Corintios 5:18-21.
Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo, y nos ha dado el ministerio de la reconciliación. Somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros: “Reconciliaos con Dios.”
Este ministerio ha sido entregado a todos los creyentes. Es compartir nuestro testimonio de cómo Dios nos ha salvado de nosotros mismos y de nuestros pecados. Al compartir nuestras historias, es Dios, por medio de Su Espíritu Santo, quien ruega al mundo perdido que se reconcilie con Él. Que ellos también puedan conocer Su salvación, perdón, paz con Dios, limpieza del pecado, y que son verdaderamente amados.
A veces, como embajadores de Cristo Jesús, se nos pide entrar en medio de una situación con alguien herido u ofendido por un cristiano o una iglesia. Para pedirle que perdone, y así pueda volver a Dios o comenzar una relación con Él.
Filemón es una excelente carta sobre el ministerio de la reconciliación. Pablo escribe en nombre de Onésimo, un esclavo fugitivo, a su dueño Filemón, pidiéndole desde el amor—no exigiendo—que lo reciba como hermano.
En Cristo, somos hermanos y hermanas, sin importar nuestros pecados pasados o diferencias actuales. Debemos aprender a vernos unos a otros con los ojos de Cristo—con amor y gracia.
Recordemos que estamos llamados a caminar en perdón, como Jesús nos mandó. A veces, necesitamos ayuda de un hermano o hermana en Cristo. La unidad dentro de la Iglesia es poderosa y necesaria para impactar al mundo. Ninguna persona o congregación puede hacerlo sola. Debemos enfatizar la unidad—el concepto de equipo de Dios. Nos necesitamos mutuamente.
El poder del Evangelio es el mensaje de perdón y reconciliación. Por medio de Cristo, nuestra relación rota con Dios ha sido sanada. Ahora, estamos llamados a extender esa sanidad a otros—especialmente a quienes nos han herido.
Busca la paz, no la justificación personal.
No defiendas tus acciones—pide perdón por tu parte en el daño.
Ama sinceramente a los demás—no por obligación, sino por compasión. Al mostrar amor genuino, Dios puede tocar sus corazones.
Las relaciones rotas no solo hieren a la Iglesia—afligen al Padre. (Padres, conocen el dolor cuando sus hijos están divididos).
Busquemos la reconciliación con compasión, humildad y gracia.
Construyamos relaciones basadas en respeto mutuo y amor—no en sistemas mundanos de separación. Al buscar sanidad y restauración, Dios derribará los muros dentro de nosotros y Su Iglesia, preparándonos para impactar al mundo a través de Su ministerio de reconciliación.
III) Derribando Nuestros Muros
Cada uno de nosotros debe permitir que Dios derribe los muros dentro de nuestros corazones. Alabémoslo no solo cuando Él responde con “sí,” sino también cuando dice “no.” Pues en todo, Él nos está moldeando—para que Su luz brille a través de nosotros, por gracia, y el mundo vea a Jesús.
Esta transformación es un proceso—santificación—no un evento instantáneo. Nuestros muros impiden el movimiento de Dios en nuestras vidas y nos permiten justificar el atacar al otro.
Así que pregunto: ¿Realmente deseas ver caer los muros dentro de la Iglesia—para que también caigan en un mundo quebrantado?
¿O estás más cómodo aferrándote a la justificación y al statu quo?